Cuando tuve la loca idea de meterme en este lío del blog no pensé que me costaría tanto publicar una entrada, oía a mis amigos hablar de sus experiencias diarias, de la forma como hacían literatura tecleando a mil por hora frente al monitor de la computadora y pensaba "puedo hacer lo mismo, ¿por qué no?", la emoción con que contaban sus anécdotas, con que se comentaban unos con otros sobre la publicación del día anterior, era la vitamina que me impulsaba y me llenaba de ideas. Pero jamás tenía tiempo, muy pocas veces tuve las horas libres necesarias para emprender este proceso creativo.
Y ahora, que los minutos están a mi favor, que el tiempo parece ser mi amigo, he perdido toda la inspiración, o mejor dicho, quedó repartida entre mis amigos.
Tal vez, en algún rincón de ultra moderno y chic cafetín universitario, estén los retazos de ideas, de palabras que jugaban en mi mente a convertirse en grandes temas.
Extraño tanto las conversaciones en aquel lugar VIP donde sólo nos sentábamos nosotros para ser nosotros. Donde la genialidad de Omar, el humor negro refinado de Maga, la dulzura y aparente ingenuidad de Tefa y la sonrisa de la rubia más feliz se combinaban para convertirse en el sandwich más variado, el alimento perfecto que me nutría y hacía volar mi imaginación. Es tan increible el poder de esa unión, que sólo con recordarlos se activan mis neuronas y las palabras fluyen con facilidad.
No se cuan importante pueda ser yo para estos ingredientes, pero sé que ellos ya me marcaron, dejaron su huella en esta loca que por intentar ser "cool" ingresó a este mundo del bloggeo, a este paraiso de las palabras, a este océano de vivencias.
No se lo demás, pero yo me comería este sandwich a mordiscos y muy probablemente eso daría pie a que publicara entradas con más frecuencia.
Chicos, se les quiere...
Paz.