Tengo una inmensa punzada en el estómago. Esa misma que supuestamente se siente cuando uno se enamora, cuando está nervioso o cuando presiente que algo importante (ya sea malo o bueno) está por pasar. El hecho es que estoy en medio de dos caminos y una enorme disyuntiva que no sé cómo resolver.
No suelo ser de las personas que tienen enemigos, ni tampoco pertenezco precisamente al grupo de aquellos que tienen cientos de conocidos a quienes no les hablan porque tuvieron un problema, pero inevitablemente me tocó y ahora debo lidiar con eso.
La interrogante está planteada de una forma muy sencilla ¿Le hablo y trato de resolver el problema o dejo todo tal cual está? La respuesta aún no termino de encontrarla.
Me encuentro tambaleando entre dos opciones, una más drástica que la otra... Si dejo las cosas como están en este momento debo resignarme a su silencio permanente y a perder a un amigo. Pero si intento reanudar cualquier tipo de contacto, podría caer nuevamente en confusiones o tal vez llevarme otra decepción mayor.
Entretanto seguiré evitando pensar en ello, continuaré evadiendo encuentros y eliminaré cualquier cosa que me recuerde a mi fruta preferida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario