viernes, 5 de febrero de 2010

Batalla campal

Es confuso. Una completa lucha entre orgullo y apego se libra dentro de mí. Es, definitivamente, el primer gran encuentro del año.

La riña entre esos dos estados internos inició unos meses atrás, justo cuando pensaba que estaba viviendo mi “life time” y el último día de lo que era hasta ese momento una semana extraordinaria, de una vida que había mejorado mucho en comparación con otros años.

Junto al amanecer vino el desastre, del cual prefiero no emitir ningún tipo de comentario porque es una situación caducada, y además, tampoco es el tema del que quiero hablar, o escribir mejor dicho.

Allí, a partir de ese mismo día cambiante, apareció el Orgullo acompañado de otros amigos más agresivos que se fueron antes de que terminara el 2009. Sin embargo, él se quedó sembrado en esta nación independiente, haciendo un trabajo tan excelente que le permitió ser el mandamás de mis acciones.

Traté de aplacarlo para recuperar mi autonomía y poco a poco mis esfuerzos comenzaron a tener frutos, hasta que logré disminuir su enfermizo poder sin desprenderlo por completo de sus facultades.

Es increíble cómo se resistió. Aún cuando los intentos de concilio aparecían titilantes, él se mantenía firme en sus convicciones.

Una tras otra rechazó las invitaciones al diálogo fraternal sin siquiera decir una palabra. Es más, en muchas ocasiones apenas puso atención a las asomadas de bandera blanca.

Era pues, un dictador. Las cosas serían como él decidiera aún cuando existieran opositores…

Una tarde cualquiera mientras disfrutaba un café que sabía a sonrisas, el Apego hizo su entrada triunfal luego de estar viviendo en el exilio durante varias semanas.

Llegó inesperadamente. Fue recibido con indiferencia y sin muchos ánimos de darle alojo en este país lleno de estados complejos. Colocó sus maletas en el suelo y solicitó permiso para quedarse a vivir hasta cuando yo lo decidiera.

Su simpatía era abrumadora y me costaba negarle esa petición a un viejo amigo, que si bien había sido fundador de muchas relaciones excelentes, también era causante de un importante cúmulo de cicatrices.
Lo dejé pasar e instalarse en mi casa, y día tras días, luego de tantas conversaciones inteligentes, estaba comenzando a convencerme con sus ideas y pensamientos.

Compartimos actividades extraordinarias, juntos lloramos pérdidas, nos consolamos mutuamente, compartimos experiencias y frustramos varios tipos de conatos. Por un momento la magia había regresado a la patria…

El Orgullo y el Apego se conocieron una tarde con la puesta del sol, cualquiera pensaría que fue un bonito encuentro planificado, pero se vieron de reojo desde el primer momento.

Sus diferencias no podían disimularse, el Apego tuvo su ingenuidad como carta de presentación; mientras que el Orgullo, no tardó en mostrar que era mucho más tajante y decidido.

Cualquier tema de conversación se convertía en una intensa discusión entre ambos y así se mantuvieron por un buen tiempo hasta que decidieron “mejorar sus relaciones”.

Hoy ambos acuden a mí –a escondidas del otro- para obtener la mejor posición en el gabinete de sentimientos. La batalla es intensa y todavía no se ve ganador definitivo. A pesar de que es raro observarlos caminar hombro con hombro, tengo la convicción de que sólo de esa manera podría mantener la tranquilidad aquí en mi país personal.

1 comentario:

Kiwi Feliz dijo...

Me alegra que estes escribiendo :)

Y tus dos amigos menos mal que se manejan bien porque sino serias una completa bipolar, o "te pegaría la luna".

Velo de este lado positivo, al menos conoces tus sentimientos y los reconoces. Eso se llama inteligencia emocional :D No la tienen todos! Trust me.

PD: alguien te lee... asi que sigue.